18 de febrero de 2007

Totus tuus

Todo esto es una porquería.
Estás presente.
Existes.
Y no sé cómo darte muerte.

15 de febrero de 2007

Melancolía

Christopher Schmid
Nunca me llegué a perdonar que te recordara.

Cuando fuiste desapareciendo lentamente no pude evitar distraerme. Tratar de olvidarte sin darme cuenta, ir eliminándote con pasividad y parsimonia, voltear el rostro hacia el mundo infecto y no verte en él como el único objeto luminoso que resplandecía evocando la miseria perdida. Y en aquellos instantes vacíos y monótonos en donde no estuviste ni estarás, maldigo la hora en que fui feliz. Sin ti, sin tus sátiras, tu voz alguna vez azul, tu sumisión indómita, tus canciones, las canciones, todo.

Y ahora te necesito. Al ver la lejanía donde reposas, las letras a las que correspondes, el enigma de lo ya perdido, la palidez de tu piel, sé que importas. Lo sé y no lo sabe nadie; la frialdad que lo cubre todo es voluble contigo, la indiferencia es encanto, y la apatía que finjo, atroz. ¡Cuan insulso eres! Cuan perdido te veo, así de libre te percibo. Y sufro, pues no quisiera hacer constar que las llave que siempre guardé está perdida, y sus cadenas, rotas.

En nombre de lo inexistente, de tu alguna vez pueril risa, de las melodías, pido que tu rostro se asemeje al de antes. Que lo dejes todo y vuelvas, como jamás lo harás, a enviar los tecleos endemoniados que sólo extraño porque te pareces demasiado a mí, porque nunca al ver a alguien vi mi propio reflejo, muerto.

8 de febrero de 2007

Vibraciones de la Mesa de Noche

Te recuerdo perfectamente.
Tu risa déspota, tu voz prolongada y ahora grave, tus repeticiones, tus sátiras mordaces, tu rostro iluminado, tus ojos claroscuros, tu risa de nuevo, tus imitaciones grandilocuentes, tu obsesión endemoniada con el mp3, tu tú anterior, todo.
Siento que en esos cuarenta y tantos mensajes te convertiste en una oruga. Una oruga que antes fue mariposa. Que esperé tres noches pegada a la mesa de noche, deseando que ésta se moviera y los pisos temblaran; queriendo e implorando que sonara una melodía dentro de ella. Intuyo que pronunciaste su nombre y fueron con ella no cuarenta, sino ciento ochenta, doscientos, mil, infinitos tecleos ruines y malditos. Percibo que en ti sólo existió el esplendor de la manipulación dulce y sagaz, aquella que tanto admiré en tus ojos anteriormente. Y ahora necesito el hachís atemporal que producen tus palabras, tu voz jamás oída, tu carácter desconocido y cruel, tu gloria.
Aparece.
Poco importa ahora si eres o fuiste. Sólo aparece. Haz a un lado tus manifestaciones ocultas de independencia, insulsas y cándidas, y vuelve como antes lo hiciste y como jamás aprecié. Aún si falte un componente esencial indiscutible, sé que dentro existe la misma esencia funesta y hermosa, tú.