27 de abril de 2007

Anatomía

Expúlsame
de tus entrañas
con la
Misericordia
de la
Culpa
-burbujeante, ácida, excelsa-
que observa a través del espejo
Gritando
Muriendo
Asesinando
entre estruendos metálicos de la naturaleza decadente.

Y
Cae.
de nuevo mirando al occidente
cogiéndote del blanco circular
Expulsándome
a la castidad de tus labios infectos.
-cielo-
Melodías.
sé que existe un dios
en cada una de las gotas que bebes en tu vino
.Incoloro.

radio.
el agua corre endemoniada a través de las ondas
De Cristal.
Lloro a través de los espasmos
pero ellos llevan Lanzas
En mi garganta.


Y yo sé que existe un dios
en cada una de las gotas que bebo
antes de irme matando
Lentamente
al llevarte en mis entrañas,


miseria cordia.

8 de abril de 2007

todo se resume en siete infaustas palabras.


and your grief is all I need

3 de abril de 2007

Hera

Hera observaba -altiva e inhumana, bajo los cielos del Olimpo- el renacer de la raza de Prometeo. Los había visto consumirse en la desidia de la Edades de la Tierra y las llamas azules del cofre de Pandora; mas aún yacían allí, radiantes y excelsos... El andar lento y desasosegado, las facciones rosáceas y cándidas, el esplendor de un gnosticismo aún oculto bajo la espuma de Chipre, el padecimiento y la suave congoja de la muerte en sus ojos...
El rumor silente de sus pensamientos llegó ingrávido al omnipotente Zeus, que reposaba al compás de los cánticos de las nereidas.
- Son paganos.
El dios percibió en su voz el despertar de la injuria; eran ciertamente hermosos y crueles. Vislumbró en ese entonces el pardo de la mirada de su esposa y supo que había llegado la hora de liberarlos. Se dirigió hacia ella y, cogiendo las rosas de sus manos, le susurró sin que nadie escuchara:
- Envía a Hércules.
¡Reina sanguinaria, de atroces ojos verdes! Su risa se oyó hasta en los confines del Tártaro, dejando sordos a los condenados del Hades. Era suya la venganza contra la bella y triste Almecna, y sobre todo el fruto producto de un adulterio tácito e imperceptible. El Oráculo había dado ya su vaticinio, y el héroe debía partir a liberar a Prometeo. La diosa, sin embargo, le reprochó a Zeus:
- Consiguieron ya el fuego, mas el humo de sus ofrentas va hacia el oriente. Los forasteros traen a sus divinidades envueltas en ropajes de un brillo que jamás vi en la túnica de doncella alguna.
Él sólo sonrió. Recordó el frenesí de las sacerdotisas, su fruición y la brutalidad de sus movimientos al compás de Dioniso, y entonces volvió a repetirle.
- Envía a Hércules.
Hera volvió a reír. El joven Apolo había leído la profecía en Delfos; Hércules ardería entre los trajes de fiesta a causa de la fútil Deyanira y la venganza del centauro. El orgullo de Zeus se resquebrajaría, y ella, radiante e infeliz, llevaría la Tiara que Hefesto forjaría para cubrir su frente, repleta de cabellos ondeados y pérfidos.
Es la maldad, lo ruin de una mujer, una reina cuya frialdad detona rayos azules. En ella sólo existe belleza y compasión cuando se la toma de la mano sin marchitar las rosas que cuelgan allí. Zeus, el todopoderoso y divino, jamás supo hacerlo. El amor y el odio de la emperatriz de los Cielos lo acompañarían por siempre; desde Almecna hasta Europa, desde la crueldad hasta la muerte.