16 de octubre de 2007

Regina Martyrum


Metáfora del incesto
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Cuando los pétalos iluminaron tus ojos
permanecí atrapado en las olas del miedo
y la risa infernal dominaba la maldición de tu cabello.

Es la Reina, que se desliza bajo las tumbas
Escondiendo en ellas el tesoro de las violetas
y la perfidia de los toques en tierras lejanas
Tiempos de antaño, castaños y fieros.

Ahora en las mesas de uvas y dionisos inertes
su sonrisa se pintó en el pecado de la tiara
¡Es el silencio dorado que asesiné
perdido entre ángeles, bálsamos y orquídeas!

Son las visiones que cuelgan de tu cuello
oh Reina, las esmeraldas de tus enemigos
Son las batallas esculpidas en el hielo feroz,
las velas que los susurros jamás conocieron.

Y fui dejado aquí, esclavo de la antigüedad,
para sentir las caricias del incesto y los niños azules;
Y te dejaré aquí, ultrajada en las copas del verano
que admiran las estrellas y se asfixian, ya muertas.

En la superficie de las luces ajenas,
en el clamado de la epifanía de las mentiras
del precio pagado por tu rosada complacencia,
unida a los aros y diamantes que aún no despiertan.

Y bebí de tu piel el perfume, almíbar
que adormecía el recocijo de tu pecado en el mío
Oculta en nuestra sangre dorada ancestral
del dolor palaciego, tu realeza, tu vino y tu ser.

Oh Reina! No seré príncipe ni rey
si tus ojos celestes no me descubren en tu negro lecho,
juntos como estuvimos en el vientre una vez
dormidos en la miel de la Madre celestial.

De tus heridas amadas fluyeron rubíes
y descubrí que también esas gemas robé.
Tus cantos ataron el rojo de los labios encantados;
en esa fiesta de colores, a pesar de la sangre te amé.