14 de febrero de 2008

Naturaleza Muerta


Hoy escapé de casa con cincuenta dólares robados. Vagué por las calles que entonces se me antojaban laberintos dorados: vagué y observé a los niños de rosadas mejillas que reían y atrapaban al sol con sus manos. Creí verlos muertos. Ellos llevaban la consigna de los astros metafóricos impresa en sus frentes, como marcas espectrales de la felicidad insulsa y cándida. Creí haberlos asesinado. Vagué mientras escuchaba melodías de pianos demenciales y voces etéreas; en esos instantes reconocí su canto. El lugar llamado hogar es sólo una memoria.

¿Por qué el verano me trastorna y figura su inexistencia en mis sórdidas metamorfosis? Toda la fastuosidad del oro, la inclemencia de la arena, la palidez de la luz, evoca los amaneceres en donde la miseria brota conjuntamente con las flores de los árboles de la avenida. Antaño fueron rojos eucaliptos que absorvieron el color de mis víctimas más perfectas y amadas: ahora son sólo bastardos de la naturaleza instintiva. ¡Yo subsistía con su imperfección! Mis enredaderas asfixiaban las utopías de púrpuras y añiles, de sueños nebulosos y surrealistas en donde los cisnes de papel volaban al compás de la música de sintetizadores y el pánico. Yo soy una asesina: he decapitado mis propias ilusiones y mutilado mi inocencia. Podría llorar sobre las bougainvilleas secas que ocultaron durante tanto tiempo mi cadáver marchito, podría maldecir la salida del sol y condenarme al recocijo de la eterna clausura. Pero espero la llegada del frío invierno, en donde las capas de enredaderas violetas volverán a renacer y a sumir mi cuerpo difunto entre los confines remotos de la belleza perturbada.

Hoy me di cuenta de que tengo nombre de bastarda; que soy una bastarda y que mi apellido fue sólo una concesión gentil. Vagué por las habitaciones de mi casa que entonces se me antojaban demasiado europeas: vagué y observé por la ventana a las muchachas que pasaban riendo estrepitosamente. Era un grupo de chicas de las que nunca nadie repara, de oscuras facciones y mirada repugnante. Moví la cabeza lentamente y sonreí: había encontrado alimento para los eucaliptos rojos.
Bajé por las escaleras y entre el olor a jazmines impregnado en el ambiente. Cuando hube de sonreírle a la última que iba en el grupo, me percaté de que me iba siguiendo. Yo sólo iba caminando por los parques y las fuentes de agua en donde tantas veces me había ahogado hasta convencerme de una cosa: estaba ya muerta. Pero ella no lo sabía; ella me seguía porque seguro le parecía extraño que aquella niña le hubiera sonreído tan graciosamente. Cuando llegué a mi destino final la muchacha también paró. Me preguntó mi nombre. Aunque traté de reprimir la repugnancia que me producía sé que se percató de algo. Fue entonces que cogí mi bolso y le ofrecí de un líquido color miel que llevaba dentro; ella lo bebió mirándome fijamente mientras trataba de cogerme por la cintura: todo entonces se transformó en el cristal del remolino de arco iris en donde el cielo se fusionó con la tierra y empezó a volar hasta quedar ella completamente fuera de sí.

Tendida en el suelo, exactamente como la quería. El parque estaba vacío y por falta de iluminación todo yacía invisible. Miré a las deidades que agitaban sus alas verdes al compás del viento; los miré y la até a ellos. Un pequeño corte en forma de Y en la nuca y todo estaría listo. Lo más probable es que se despertara en unas horas y gritara mucho, pero no la encontrarían: los dioses estaban hambrientos.

Al día siguiente los eucaliptos volvieron a ser todos rojos.

3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

wow!, a tu edad escribes de ese modo me sorprendes

11:09 a. m.  
Blogger andrea. said...

si.
los asesinaremos x___X

escribes tan bien :)

5:25 p. m.  
Blogger Gittana said...

Los Dioses estaban hambrientos, me encanto esta metáfora...

1:47 p. m.  

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