28 de marzo de 2007

Daguerrotipo


La esencia comprimida de la desidia fugaz y epicúrea ronda ingrávida por los corredores. No significa nada a menos que en ella se refleje el tono claro-oscuro de la mirada barroca, altiva, atroz y distante; la conjunción del contraste entre la fruición y el encanto. ¡Serán excelsos! Serán sanguinarios y omnipotentes, castaños y fieros. En la tez iluminada brillan las alusiones a nieve rosácea; en sus cabellos, el negro de las ondas ruines y déspotas.

No pedí contemplar la naturaleza corrupta y soberbia de su palidez. Tampoco el reconocer en ella el verdadero rostro de Galatea. ¡Es cruel e inhumano! El laurel de Apolo lleva en su frente; tiene el perfil de un príncipe, y su cabeza pertenece a una estirpe de reyes decapitados. ¡Cuántas veces el sueño plácido hubo de invadir la realidad marchita, y, dibujada en hojas amarillas yacía su muerte expuesta al rojo de la desolación! Si nadie lo hubiera visto ya, estaría durmiendo en los brazos de Céfiro cual deshecho Jacinto.

Volví a contemplarlo de cerca. Está muerto y es así como brilla más; con el llanto de la tragedia y los antifaces de Dioniso que se ocultan, pérfidos, tras los rostros de las bacantes. Si retornara del Tártaro sus ojos adquirirían vida y el rosa de su piel volvería a ser sólo palidez; Difunta, sepulcral, mortuoria. Es esa su belleza.