23 de agosto de 2006

Si il Enzio



Al mismo

Suena la melodía de aquel que jamás existió entre notas de desasosiego y tu desprecio inmortal. Si es que ese nombre está escrito entre las cuerdas de los lejanos clavecines, la displicencia sobrevolará los fuegos propiciados por la atadura perpetua y el deseo de no verte jamás; como cuando volvían las corrientes de los llantos musicales bajo la atmósfera azul y decolorada. Es todo tan perfecto, tan escéptico e inocente que ya desgarró las inscripciones de tu fiereza infiel; el silencio ha terminado.

Lo que agobia el desencanto es tu apatía tan fría, vilmente atroz. El designio.

Las rosas caen bajo tu techo, el esplendor está dominado. Cuando más suenan los pasos, cuando más cante el silencio, más demorará en dormir. Las teclas del piano roto han dejado de susurrar por efecto de tus alucinógenos malditos, como aspirinas de cristal y garabatos de oro que aún guardo distanciados sobre el farol. Si es que todo es imperfecto y la gracia nunca existió, entonces ambos ojos adquirirán el perfecto esplendor de las RE enclaustradas en tu habitación

Es todo silencio.

Va volando la partitura bajo tu ambiente inmóvil. Mi resistencia es leve y sé que no podré verte jamás… así son los silencios. Cruelmente desvaríos, cruelmente una traición.

18 de agosto de 2006

Lucia

( De "Ego sum Lux" )
Bella mujer de luciérnagas negras; excelsa ave de la perdición de Darío. El torso de cisne puro e inmaculado y su cabello –liso, sombrío y siempre envuelto en brisas que nunca osarían resquebrajarlo- morando entre las deidades romanas. Fuiste tú la impávida, la solemne, la triste, la alegre de cuanta poesía recité en las mañanas de invierno bajo el sonido de la garúa ya perdida y el sol que iba tras los vaporosos y difusos nimbos que jamás lograron lastimarte. Así la encontré, recorriendo los pueblos en ruinas con aquel traje diáfano y resplandeciente, buscando quién sabe qué encantamiento sideral ante la sonrisa onírica, la expresión sosegada y exquisita, los dominios interlunares de una princesa lejana.

Bella doncella; virgen serena de cabellos largos y caídos, glacial mujer perdida. Tuyas fueron las melodías de los violoncelos, ásperas y tristes; tuya fue la lírica, la perdición y la ataraxia. Es el aura rosa que transmite, la quietud serena de la entereza y el emblema de las manos por siempre cogidas. Atardeceres rojizos, nubes de diamantina, silencio, ojos negros y por siempre fríos, dama romana: apatía consumida. Es su lecho el eternamente límpido y pulcro, el de sábanas blancas y jamás mancilladas; es su cruda mirada, la emancipación de los placeres victorianos, su cabello dos veces recogido, su fugaz resplandor.
Fuiste hallada entre dos de los sesenta atardeceres que grabé con tu nombre. De ti solo quedan las cenizas y las sábanas blancas, pues era designio inmortal que así desaparecieras. Lucia, mujer y doncella, la eterna sosegada, ¡congoja y olvido! Altiva y solemne emperatriz del Tártaro Blanco, ojos negros cual luciérnaga resplandeciente. Y de nuevo… Silencio.

15 de agosto de 2006

Æl

Es imposible describir la sensación de felicidad.
El negro se acompaña del violeta, los cabellos son cuerdas de oro, la sonrisa es el paraíso y los llantos no son más añoranzas sino emociones.
Al ver el rostro fulginoso, el cometido infiel, el desprecio vitalicio. Se sabe que es contrario a todas las leyes de la naturaleza pero aquello no impide que la mano deje de escribir, que la melodía deje de sonar.
A todo aquello,


ÆL
Cuerdas negras
asfixian
-enredaderas, bucles, ondas
Sedan
los espejos verdes
..alucinógenos..

La piel y el cobre
etéreo esplendor.
Tus voces azules. límpidas. crueles. malditas
a b o m i n a b l e s
lux divina
Dominio de reyes.


Artífices luciferinos
del encantado Christendom

14 de agosto de 2006

Invasión

Ha caído el imperio de las bougainvilleas discretas
que rondan ante tus ojos
….rojas
púrpuras
...rosáceas
Imperfectas


Con las letras grises forjé una pistola
-dorada lanceta de la
apoplejía multicolor-
que refleja el cisne
en un crisol de mármol
de tu corcel
de dolor.

Entonces lloverán las diamantinas almendras
y el azahar inundará tu risa;
la miseria se alzará
Imponente
y en la crucifixión de la tragedia
se desecandenará
-imperiosa-
La muerte.

7 de agosto de 2006

la.obra

CUADRO IV


En la escena se encuentra un muro enorme del cual cuelgan bougainvilleas. Gabriel se apoya en él y luego de instantes se sienta en el pasto.

LEONARDO (mirando hacia el cielo) .- Hermoso ¿cierto?

Gabriel, inclinado hacia la derecha, se pone de pie sobresaltado. Ante él se encuentra un joven extremadamente apuesto de ojos brillantes y mirada melancólica.

GABRIEL.- No sabía que hubiera alguien más.
LEONARDO (con gesto amable).- Suelo venir a observar el amanecer.
GABRIEL.- Yo también lo hago. En especial cuando… (mirando hacia el suelo) Cuando necesito algo de tranquilidad.
LEONARDO (mirándolo a los ojos).- Ya veo.
(Pausa)
GABRIEL.- ¿Y qué haces tú aquí?
LEONARDO.- Vine a observar el amanecer.
GABRIEL (sonrojándose).- Es cierto. Lo olvidé; acabas de decírmelo.
LEONARDO (sonriendo).- El amanecer representa el infinito.
GABRIEL (mirando a Leonardo fijamente).- Es cierto. Una de las tantas representaciones de la Belleza, aquella caprichosa y sublime hermana de la diosa Fortuna.
LEONARDO.- ¿Eres tú Gabriel, hijo de Ana y Felipe, el que camina por las noches junto a una joven pelirroja?
GABRIEL (sorprendido).- Lo soy. Ana y Felipe mis padres fueron. Mas ¿cómo sabes que camino junto a Luci después del atardecer?
LEONARDO.- En las noches observo detenidamente las estrellas. Las hay luminosas y opacas; soberbias y tristes. Sin embargo, siempre he me ha cautivado la belleza y majestuosidad de una: la melancólica y apasionada que convive junto a un ser que no hace más que empequeñecer su grandeza. Aquella va envuelta entre designios inmortales que idealicé ante las musas griegas; entre los Apolos eternos e infelices Orfeos.
GABRIEL (con desdén).- Apolo siempre me pareció un ser bizarro y mezquino. Soberbio, hermoso y cruel; excelso y mundano, tal como lo fueron todos los del Olimpo.
LEONARDO.- Jamás subestimes la fortaleza de la arrogancia ni oses tornarla en debilidad, Gabriel.
GABRIEL (luego de desviar la mirada).- ¿Cuál es tu nombre?
LEONARDO.- Leonardo. (Cambiando de tono) Dime ¿qué mal ensombrece tu semblante?
GABRIEL (sorprendido).- ¿Mal?
LEONARDO (con voz serena).- Tristeza.
GABRIEL (ofuscado).- No lo es. Es… es desasosiego, confusión, añoranza. (Mirándolo a los ojos) No creo que comprendas.
LEONARDO.- La debilidad humana radica en la importancia que se le concede al dolor.
GABRIEL (atónito).- ¿Cómo puedes pensar eso? El dolor es uno de los sentimientos más sublimes que repercute en la esencia del ser. A él se lo expresa en el arte; allí se lo encuentra y transforma en belleza.
LEONARDO (mirando al cielo).- Desde el primer instante en que vi aquel brillo verdoso en tus ojos supe que indudablemente estaría tratando con un soñador. Un idealista melancólico; un rastro cándido y puro que transfigura y representa. (Mirándolo a los ojos) Admiro la percepción de ensueño de los de tu estirpe, tanto así como las ruinas de los realistas, el dilema de los estoicos y la vulnerabilidad de los románticos. Para mí todo es un complemento que, sintetizado y forjado armoniosamente, va alcanzando poco a poco la verdad. ¿Y qué es el dolor? Una espada. Una espada que a algunos hace poderosos y a otros inevitablemente despedaza.
(Pausa)
GABRIEL.- Lógica maquiavélica, realidad infructuosa. ¿Dónde se encuentra el color, la belleza, la armonía, el encanto?
LEONARDO.- En tus ojos, Gabriel. En tus ojos.
TELON
*Primer Acto; Cuadro Cuarto de la obra que aún no tiene nombre. Es la parte que más me gusta; aunque tal vez hay demasiado del romanticismo y poco del modernismo, cosa que no quería que ocurriera.

4 de agosto de 2006

Epílogo del Taxidermista

Las cánulas marchitas
que doce ninfas de cristal adornan;
Entre alegorías de otoños sin cesar aclaman
"Vienen vuestras Muñecas, las malditas".

Los timbres funestos,
las melodías emancipadas,
Con armonía brillante que otorgan las hadas
en el danzar silencioso...
¡Tan grotesco!

Dulces remembranzas de tardíos holocaustos,
tristes memorias de quienes hurgaron entre el fuego:
¿A cuántas de las meretrices visitarán luego,
cuando los crisantemos se pierdan en el claustro?


Las muñecas malditas
que doce incautas de macilla alaban;
Entre suspiros de primaveras condenadas lloran
"Volved...cánulas marchitas"



Disección...disección...meretrices en llamas...
Considérelas sus musas...

Hermosas Bestias.
Disección.

3 de agosto de 2006

Mundano

Suena Sono la Salva.

Carla respira el aire del invierno que yace por finalizar.
(Espía momentáneamente el hi5 del personaje que al parecer aún sigue rondando con el inmundo estropajo)

Si pudiéramos todos alcanzar la gracia..
Qué frustrante es llegar al cometido sin perturbar los ideales de los demás. Con cuánta devoción pueden imaginarse los desprecios que rondan sistemáticamente por las miradas despectivas; los ojos ambarinos y crueles que sólo transmiten vacío. El emblema de las manos por siempre pálidas y frías; ¿por qué no pueden ser simplemente muertas y congeladas? Los extremos de la locura y el delirio son aún más poderosos que aquellos insípidos, pero menos fuertes que el equilibrio.

Desistir. Habremos de desistir nosotros, los perturbados.
¿Y qué es perturbación?

Es ver cinco mundos en uno. Ellos lo gritan.
Y yo lo calcino.

El fuego jamás fue rojo. Ni amarillo. Ni naranja. Fue verde. Azules y verdes que rondan por la caracterización infinita de los trastornados que dibujan rascacielos y penetran en ellos al compás de las voces que siguen la conciencia. Y la despiertan.
Muchas veces pudieron interpretar el pensamiento del otro.

Aquellos no son enfermos, ni perturbados; mucho menos dementes.
¿Es que la simetría, el candor, la acidez, la percepción y el equilibrio se irán congelando lentamente, tal como las manos frías y pálidas que alguna vez vislumbré entre los bancos del parque verde y amarillo?


P e r c e p c i ó n

2 de agosto de 2006

El Jazmín de Magdala

El atardecer se aproximaba. Los perfumes distantes navegaban el ambiente y despeinaban los cabellos de las mujeres que caminaban presurosas, escondidas bajo los ropajes grises y cremas. El joven esbelto de mirada triste aún recorría circularmente los paisajes arenosos, deteniéndose en pocas ocasiones para aspirar el aroma de las flores. Alto, delicado, bello y misericordioso, iba cogiéndose los ondeados cabellos y las ropas oscuras esperando oír su nombre pronunciado por la voz cándida e indiferente; la bendita, la crepuscular, la impávida y serena que interrumpía sus sueños y lo dominaba lentamente.

Las ansias iban incrementándose poco a poco. El temor de encontrar aquel mirar dulce y sutil, aquellos ojos almendrados, era tan feroz; tan impío, cruel y maldito. Y de pronto sintió los pasos en la arena: las pisadas sigilosas y ruines de la Eva y su serpiente.
- ¿Qué haces aquí?

El joven la miró. Cubierto su rostro; sabía que su pecado rondaba aún por el cielo. Sus ojos eran negros, y despiadados sólo con él. Su cabello también yacía oculto, ¡aquel cabello por el que tanto habrían suspirado los reyes de antaño! Mujer de generoso vientre y jazmines marchitos, mujer de infinita virtud y sublime devoción; mirada de víbora, de perfidia y dolor. Cómo la había visto él, reconfortada por la piedad del Maestro, con sus brazos alzados y la esperanza traicionada por sus ojos.

Ella le volvió la espalda y regresó. Estaba él dispuesto a hacer lo mismo, cuando de entre las brisas y el olor de los hastiados jazmines surgió el clamor de la voz omnipotente.
- Juan ¡Juan!

Sintió que su corazón volaba como encantado. Pudo sentir su palpitar, frío y distante, al compás de los pasos lentos y suaves que se iban aproximando hacia él. La mujer abandonó todo rastro de enojo y, sonriendo levemente, se dirigió hacia el hombre de aura dorada que iba caminando; aquel de castaño cabello y mirar dulce y glacial. Juan bajó la mirada y pudo comprenderlo todo. El rubor escarlata desapareció de sus mejillas y, con gesto enérgico, levantó la sombra de sus ojos y se unió a aquel que por siempre amó con devoción serena e imperturbable, sólo dominado por la voz grave y triste que volvió a pronunciar su nombre con una sonrisa en los labios rojos y radiantes.


Juan volvió el rostro momentáneamente. En el lugar donde se encontraba la mujer pudo ver la sombra del bello Lucifer, que se introducía en ella y adquiría el brillo maligno en sus ojos antiguamente negros; el esplendor de los condenados.