23 de junio de 2006

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Del Odio.-
La genialidad del pérfido. Aquel que utiliza el espectro maquiavélico como arma de desfogue es y será el mismo desprecio encarnado en la demencia lúcida. Incomprendida y humillada su naturaleza; el convivir apegado a la transparencia de las azules cortinas. ¡Muéstrate! Comprime el odio; aborrece el cometido y sepulta los delirios. ¿Quién subleva la razón de la eterna agonía, la expresión desasosegada de la belleza perturbada y los cristales rotos?
De la Idealización.-
La condición de ensueño. Las melodías fúnebres, las muñecas de hielo y las diademas de cristal que adornan su silueta. Desagraviar los deslices del movimiento sistemático de las flautas inertes para recrear su caracterización en las bougainvilleas púrpuras, sabiendo que los labios azules han perdido el color y la mirada ha apuntado nuevamente hacia el norte. ¿Cómo despertar de la alucinación si esta es la que mantiene el soplo de vida, la que origina el desasosiego del arte dominado por la incertidumbre del haber vivido entre sonámbulos y ahora yacer inerte, sumido en los sueños arenosos y vacíos?
De la Ataraxia.-
Es, o un eterno añil confundido miles de veces con el límpido mar; o el limbo mortuorio de los seres inertes. Allí no sale nunca el sol ni ruge el trueno; sólo zumban corrientes de llantos vespertinos. La mirada perdida y los ojos encantados, el rostro pálido y los labios secos. Una sonrisa muerta y la razón corrompida por los milenios de indiferencia que caminan junto a las rosas rojas de la desolación.
Mundano y etéreo; estigma de confusión.