14 de junio de 2006

Conjunción


Bendito jamás, e impío. Lo sé.
El sonido de la lluvia como perlas de luz dirigiéndose hacia la nada que cubre el océano gris e impuro. Y por las frágiles manos del invierno las rosas secas y el cielo rojo van cayendo de nuevo en representación de la efigie que adorna su cuello. Naturaleza infiel y jamás descubierta, encarnando a los valles de fértiles deseos y consumaciones etéreas. Dulcifica la razón e intercambia la penumbra de los labios compartidos.


¿Será que el dolor ha permanecido en el pecado, resguardando las tumbas de ángeles compactos y macizos forjados en espejos? Para cada lágrima una premonición que sofoca la esperanza y ata las luces ciegas que poco a poco van consumiéndose en ti.

Si así es, he de encontrar el anhelado imperio; si no, la inmortal atadura. Para guiarme mediante el lamento del pérfido y arrastrarlo hacia la luz del sol; si es eso lo que me es designado, entonces el paraíso arderá. La encomienda y el vino negro, el desprecio envuelto en llamas del infierno y la agonizante destreza de sus manos, será todo su voluntad. Que prendan al escéptico y sea vislumbrado junto con las muñecas de madera que habremos de colocar en su ataúd de cristal. Suena el susurro y obtengo la fuerza que se extiende mientras las velas se derriten y los labios rojos desaparecen una vez más.

Ríos de sombras, luces de antaño.
La voluntad.