19 de junio de 2009

Taxidermia


Belle compuso sonetos. Asesinó gatos. Escuchó a Diva Destruction y Cultus Sanguine. Gritó durante dos días sin que nadie la oyera. Maldijo como una posesa. Rompió varios espejos a golpes. Fue a un hospital y jugó a eutanatizar. Inventó la palabra eutanatizar, la cual no hubiera podido llevarse a cabo sin la ayuda de un par de ancianos dementes de buena voluntad. Acuchilló almohadas. Se cortó todo el cabello. Se hizo cortes en el rostro. Lloró de impotencia.


Nada de lo que hacía podía darle indicios de su existencia. Ningún placer entrelazado con el dolor de la presencia de la muerte pudo afirmar o negar el hecho de que allí estaba ella, pálida y eternamente gris, leyendo a Safo y fantaseando con ir a disecar musas en el mundo de sus sueños. Nada. Nada existía para ella.


El perfume de sus cabellos esparcidos por el piso le carcomía la razón, las visiones ambiguas de los objetos de su habitación le destrozaban la conciencia y el sonido de las melodías guturales le perforaban el alma. Dudaba de las atribuciones insanas de la contigüidad metafísica y le perturbaba que todo fuera gradualmente pasajero. Había asesinado siete gatos, cada uno después del otro, pero la sensación de haber matado siete veces al mismo gato la confundía terriblemente. Gritaba en una calle desierta, gritaba al lado de los cuerpos ensangrentados de los gatos, gritaba porque la calle estaba desierta, gritaba porque los cuerpos de los gatos sangraban, gritaba porque estaba al lado de los cuerpos ensangrentados de los gatos, etc...


Nadie la oía.


Cogió la daga y se la clavó en las muñecas. Hizo cortes limpios y profanos; el decoro del rojo de la sangre purificaría la ausencia de los lamentos. Antes de cerrar los ojos observó una serie de colores artificiales, luminosos e indescifrables, que su mente le transmitió mientras tenía los ojos cerrados y se convencía de que no podía morir pues ella, Belle, ya se encontraba muerta.

12 de junio de 2008

Helena (I)

Los dioses nos han bendecido enormemente. Somos los vestigios casi extintos de una estirpe de Reyes que aún agonizan en las criptas y mausoleos de mármol al sur de nuestro reino. La decadencia de la casta simboliza el esplendor de un individualismo sutil, despiadado e insustancial que los hombres van tomando entre sus manos como reconocimiento de la autonomía de los astros visionarios. Nada rige en sus corazones insulsos ni en su temperamento ebrio y cruel, sólo el ideal de una libertad dominante y lejana, inexistente.
Mi Padre, Rey magnánimo, augusto y solemne, despierta al amanecer con los rayos de un sol que se desviste ante el placer del espectro de nuestra Madre. Sus rizos rojizos se opacan bajo el influjo de la diadema que cuelga de su cuello dócil y pálido. Es ella Reina entre Reinas, marcada bajo el sello incandescente de un incesto azul y tolerable. Aquel pecado escarlata es el que llevo como emblema del Linaje Maldito; cabellos de fuego, ruines e infaustos, compartidos con los de mi hermana, la Princesa Helena. ¡Funesto el día en que por vez primera el padre y la hija, Reyes de fábulas otoñales, unieron sus miradas y engendraron a dos frutos sonrosados y rojos, unidos en un mismo vientre! Fatídico fue en verdad aquel instante; mas es designio de los dioses juzgar su extravío.

Los Reyes siempre tuvieron preferencia por la Princesa Helena. Sus excesos fueron considerados como prodigios con los que honraban a las deidades inmortales, consintiendo su comportamiento corrupto y desenfrenado. Todo se debía a la belleza que ella ofrecía: ojos azules sobrenaturales, oscuros en los bordes y claros alrededor de la pupila; labios rojos, y un rostro sonrosado cuyas delicadas líneas hacían pensar en cisnes y piedras preciosas. Llevaba la divisa del Linaje Maldito: hebras rojizas y largas, ingrávidas y pérfidas, cabellera que servía para diferenciar a aquella casta, del pueblo en el que se perdía en búsqueda de nuevos amantes.
Helena era mi vivo retrato. Habíamos permanecido juntos en el vientre de la Reina, y las facciones, los ojos, las expresiones, eran idénticas en ambos. Pero los Reyes jamás sintieron tanta complacencia conmigo como con ella; su crueldad, las orgías que organizaba y donde usualmente asesinaba a los comensales, su depravación gloriosa y su risa, su legendaria risa, invadían la atmósfera con una magnificencia absoluta. Sin embargo yo jamás fui presa de las celebraciones de goce. Mi vida transcurría en el Gran Palacio, tranquila y apacible, consagrada a los manuscritos antiguos y a la apreciación de un arte casi extinto. Me hallaba ajeno al vaticinio que la Sacerdotisa Mayor del Templo, desde períodos inmemoriales, había predicho sobre nuestra estirpe. Mencionaba la crudeza y la sed de sangre que por siempre invadirían a la Familia Real, que estaban condenados desde el inicio de los tiempos por la profanación de la carne y perecerían en cuanto la línea ascendente del incesto llegara a su fin. Era por eso que los Reyes adoraban a Dièmnades, diosa de la fertilidad, y rendían devoción a los dotes femeninos. La Princesa Helena obtenía provecho de eso: su libertinaje jamás obtenía reproches de nuestros Padres. Pero en el pueblo era completamente distinto: pequeñas murmuraciones relativas a su derroche se sumaban a las revueltas producidas por la escasez de trigo. La situación iba haciéndose cada vez más crítica, y los tiempos, más oscuros.

El Rey era ya anciano, llevándole treina y dos años a la Reina. Sus lucidez iba decayendo lentamente, como un crepúsculo en donde pronto habría de reinar la noche. Yo podía leer el miedo que se ocultaba en sus ojos añiles y omnipotentes: temor a que el reino sucumbiera y la Estirpe Roja se perdiera en las nuevas eras, cumpliéndose el fatídico vaticinio de la Sacerdotisa Mayor del Templo. La Reina también tenía conciencia de aquello, y su influencia sobre mi Padre crecía cada vez más. Era ella quien había impuesto el culto obligatorio a Dièmnades sobre la población pagana que los Ejércitos del Norte habían conquistado años atrás. Y también había ordenado que la diosa fuera retratada con cabellos rojizos, lo que originó la indignación popular. Pero sabía que el Rey la despreciaba y jamás le dejaría tomar su puesto de monarca. La Corona me pertenecía: suposiciones suyas eran que si yo la tomaba ella no podría manipularme a su antojo. Mas yo no la codiciaba en absoluto, y fue así que se concibió el plan que convertiría a la frívola y dócil Helena en Reina.

***

Las exequias del Rey se llevaron a cabo en los jardines de Palacio. Sus restos fueron luego transportados a las Criptas del Sur, donde reposaba la familia Real. Nadie lloró su muerte más que yo. Durante meses encendía los inciensos a Eforè diligentemente, para que intercediera ante los dioses por su pecado. Confiaba ciegamente en que sería transportado al Valle de Endosía, donde nuestra estirpe habría de reposar hasta el Final de los Tiempos, en el paraíso de jardines dorados y cielos violetas.
De la Reina Madre no volvió a saberse más. Luego del séptimo mes de la muerte del Rey, cuando los inciensos de Eforè debían ya apagarse, emprendió un largo viaje cuyo destino nadie conoció. No hubo lágrimas en aquel rostro nacarado y orgulloso, perfil de lo que para muchos fue frialdad y crueldad. Mas era un amor incalculable y una ternura insospechada que jamás pudo demostrarle al único que alguna vez amó, el Rey, su padre.

La Princesa Helena fue coronada el quinto día del vigésimo quinto mes del año octavogésimo posterior a la Fundación del Reino de Aurivnèe. No hubo mayor ostento ni decadencia en la celebración que obsequiaría la ahora Reina; manjares traídos del Reino de Bal Halad, flores de Los Bosques Rojos, joyas de las cavernas rocosas… El despilfarro y la ebriedad en la que no sólo se sumió la Nobleza, sino también plebeyos y hasta forasteros desconocidos fue manifiesto de las acciones más siniestras y ruines que se hubieron de cometer en el Reino durante más de cinco décadas: asesinatos colectivos (mayormente causados por envenenamiento), saqueos, orgías en toda la ciudad. No fue una celebración de Palacio; fue algo más parecido a los carnavales de Herèkade, apoteosis que el Rey había prohibido desde los comienzos de su reinado.

6 de abril de 2008

Lalique


I.

tienes mis ojos
y lámparas escarchadas de azul,
r e v i s t a s
musas decadentes filosofía tagebuch video kid cortes muñecas

coges piedras doradas
y
conviertes
la psicología en golondrinas freudianas que gritan
I R R E F U T A B L E S
la consigna
escrita en el arte de la existencia.
llamadas
en teléfonos cuerdas de chocolate
Dime
- ¿has vomitado los pecados que ingeriste en las madrugadas? -
Gime
- los diafragmas helados de vestales sonrosadas -
D E S T I E R R O . D E . E M O C I O N E S
fin del capítulo uno
¿fin?
nif nif nif fin fin fin
. . . ( tu nombre aquí comienza con A ) . . .
Duerme en
Restos de
Inocencia;
Ambigua
Necesidad.
II.
leo el libro
de Cicerón que dejaste olvidado
olvidado,
encontrado
fingido
i n m ó v i l
La naturaleza de los dioses escrita en The Crüxshadows
.V e T e
a Corea.
¿Recuerdas la chalina y el puente?
sueños olvidados en los pantanos de la demencia
Chico del video
murder boy
birthday boy
.. ( aquí va de nuevo lo inefable ) ..
III.
uvas rosáceas
prometiste traer starbucks al amanecer
en una caja
P Ú R P U R A
ahora
todo son mentiras.
Mentiras.

24 de marzo de 2008

Desolación


Sin ti en las agujas de azucena
que la desolación invade ya rota
y cuyo perfume lacrimas enajena;
Muerte, crucifixio, cadenas, derrota.

Sin ti en la venganza de los llantos
ocultos en mil ápices sepultos,
converge, magnánimo, el indulto
¡De los entonces perdidos encantos!

Sin ti las espadas de hielo que rocían,
ingrávidas, las arias negras en tu cuello,
inhumarán la mirada claroscura que desvía
vil entre las luces, el naranja destello.

¡Sin ti es la desidia que deshoja,
sin ti son sólo muertas rosas rojas!
¡Sin ti son aquellas flores romanas
ruines, fútiles, crueles, inhumanas!

18 de marzo de 2008

¿Cómo gritarte? A la voz de la Mascarada
cuya afrenta palaciega, dolor y sadismo,
de los elfos ciegos la rúbrica nacarada
enfrenta horrores del tártaro y su abismo;

Y son sus demencias, púrpuras tan crueles
como luciérnagas eternas, pardas y febriles
que al dorado del insomnio las perlas infieles
derraman su almíbar en los griegos abriles.

Yo te fundo en el incienso de rojas doncellas
cuyos cabellos cobrizos perpetuan en relicarios
bebiendo de tus súplicas entre plácidas querellas
de cadáveres que reviven el duelo de los osarios.

No desaparezca tu gloria entre las negras praderas
que oscilan el canto solemne de los blancos lirios;
ellas a tu cuello atan las diamantinas enredaderas
del fúnebre compás que localiza los azulados delirios.
.
.
cada habitación en este lugar está perdida y encontrada.

12 de marzo de 2008

La Inocencia


Es un lirio cándido blanco y de suave olor; no se atormenta con la belleza de las rosas ni la fastuosidad de las bougainvilleas.
Es poesía escrita en agua.

23 de febrero de 2008

Ignis Fatuus


Lucius observó las aguas azules que emitían un vapor luminoso, como crueles atributos de la levitación fantasmal, y susurró para sí mismo,
- Ignis fatuus.

Aquella visión de tiempos pasados volvía una y otra vez. Retornaba y lo encontraba en la miseria, las ruinas de un abandono cándido y pueril cuya verdadera naturaleza había resultado siempre el de la muerte en vida. Una vida entre el polvo y los inviernos, el atraso y la desidia colectiva, la superstición y los encantamientos perdidos de antaño. De su bella mujer, Lætitia, sólo quedaba el recuerdo de las leyendas romanas y su fascinación por el Lago Gris, las eternas alegorías del fuego fatuo. Eran forasteros en una tierra hostil, lejos del esplendor de Romania*, donde habían sido desterrados y asesinada su joven hermana. Todo había pasado hace ya tanto. La frialdad de aquellas regiones, la desconfianza de sus habitantes, el dolor de haber perdido también a su mujer, lo habían convertido en un ser triste y solitario. El único motivo que tenía para seguir era la contemplación de aquellos seres celestes y diáfanos, un lazo que la unía a Lætitia mediante el Lago Gris.

Al pie del lago todo era, o al menos se veía, más frío. Las montañas cubrían el paisaje tenebroso de los bosques nórdicos, cuyos árboles marchitos resplandecían ante la nefasta acción del otoño. Nadie había recorrido los caminos abiertos entre las aldeas de W. y N. desde los tiempos de Harald Harfage, debido a la leyenda de los seres ocultos que habitaban los Bosques Negros. Aquellos que osaban atravesarlo jamás regresaban, y esto, sumado a las continuas desapariciones de pobladores, había sembrado el pánico en el poblado de W. Los habitantes estaban al borde del colapso y en un arrebato habían ajusticiado a dos familias acusadas de paganismo. Sus restos colgaban aún en la entrada a los Bosques Negros.


- El Aptrgongunmenn. Aquí, por la noche, caminan los muertos.
Así le había hablado una anciana, asustada, al ser sorprendida en la tumba de Lætitia.Tenía los ojos muy azules y el cabello de un color rubio casi albino, que inspiraba terror. Había esculpido en las piedras del sepulcro de su esposa unas inscripciones que al parecer eran siglas de un encantamiento rúnico.

THRAWIJAN HAITINAZ WAS
Indignado ante aquella profanación, hizo trisas las piedras antiguas. La anciana observó aquel gesto con recelo e imploró algo antes de irse. Lucius no le hizo caso. Encontraría la manera de salir de aquel pueblo infecto y cruel, lleno de espectáculos macabros que lo perturbaban enormemente. Huiría, dejando todo su pasado atrás, incluso del fuego fatuo en donde había aprendido a amar en secreto a Lætitia. Los muertos no caminan, pensó. Sólo desaparecen.

Volvió a su hogar, y se sorprendió ante el silencio sepulcral que rondaba tras los árboles. No había el menor indicio de vida. Tomó sus pertenencias, pero antes de partir tuvo una sensación de miedo que jamás hubo experimentado. Había oscurecido muy temprano y la luna estaba bañada en un color rojo sangre. Los aldeanos habían salido de sus casas, y al observar el extraño fenómeno prorrumpieron en gritos y alaridos. Vio a lo lejos una figura femenina, hermosa, de largos cabellos carmesíes y una palidez mortuoria, que se acercaba lentamente junto con un gran número de seres, horribles y lúgubres. ¡Estaban muertos! Eran draurgs, que habían rodeado el pueblo entero. Cuando hubo comprendido que no había lugar alguno a donde escapar, se fijó en la sombra encorvada y de largos cabellos albinos entre los árboles. La anciana. Volvió la mirada y observó los restos de la masacre alrededor suyo. Antes de reconocer en la mujer pelirroja al cadáver de su esposa, atinó a mirar los espíritus del fuego fatuo que se elevaban el cielo, y la voz marchita proveniente de los Bosques Negros susurró la traducción del rúnico en las piedras ya rotas.


- ¡El difunto fue obligado a consumirse en la tumba!

14 de febrero de 2008

Naturaleza Muerta


Hoy escapé de casa con cincuenta dólares robados. Vagué por las calles que entonces se me antojaban laberintos dorados: vagué y observé a los niños de rosadas mejillas que reían y atrapaban al sol con sus manos. Creí verlos muertos. Ellos llevaban la consigna de los astros metafóricos impresa en sus frentes, como marcas espectrales de la felicidad insulsa y cándida. Creí haberlos asesinado. Vagué mientras escuchaba melodías de pianos demenciales y voces etéreas; en esos instantes reconocí su canto. El lugar llamado hogar es sólo una memoria.

¿Por qué el verano me trastorna y figura su inexistencia en mis sórdidas metamorfosis? Toda la fastuosidad del oro, la inclemencia de la arena, la palidez de la luz, evoca los amaneceres en donde la miseria brota conjuntamente con las flores de los árboles de la avenida. Antaño fueron rojos eucaliptos que absorvieron el color de mis víctimas más perfectas y amadas: ahora son sólo bastardos de la naturaleza instintiva. ¡Yo subsistía con su imperfección! Mis enredaderas asfixiaban las utopías de púrpuras y añiles, de sueños nebulosos y surrealistas en donde los cisnes de papel volaban al compás de la música de sintetizadores y el pánico. Yo soy una asesina: he decapitado mis propias ilusiones y mutilado mi inocencia. Podría llorar sobre las bougainvilleas secas que ocultaron durante tanto tiempo mi cadáver marchito, podría maldecir la salida del sol y condenarme al recocijo de la eterna clausura. Pero espero la llegada del frío invierno, en donde las capas de enredaderas violetas volverán a renacer y a sumir mi cuerpo difunto entre los confines remotos de la belleza perturbada.

Hoy me di cuenta de que tengo nombre de bastarda; que soy una bastarda y que mi apellido fue sólo una concesión gentil. Vagué por las habitaciones de mi casa que entonces se me antojaban demasiado europeas: vagué y observé por la ventana a las muchachas que pasaban riendo estrepitosamente. Era un grupo de chicas de las que nunca nadie repara, de oscuras facciones y mirada repugnante. Moví la cabeza lentamente y sonreí: había encontrado alimento para los eucaliptos rojos.
Bajé por las escaleras y entre el olor a jazmines impregnado en el ambiente. Cuando hube de sonreírle a la última que iba en el grupo, me percaté de que me iba siguiendo. Yo sólo iba caminando por los parques y las fuentes de agua en donde tantas veces me había ahogado hasta convencerme de una cosa: estaba ya muerta. Pero ella no lo sabía; ella me seguía porque seguro le parecía extraño que aquella niña le hubiera sonreído tan graciosamente. Cuando llegué a mi destino final la muchacha también paró. Me preguntó mi nombre. Aunque traté de reprimir la repugnancia que me producía sé que se percató de algo. Fue entonces que cogí mi bolso y le ofrecí de un líquido color miel que llevaba dentro; ella lo bebió mirándome fijamente mientras trataba de cogerme por la cintura: todo entonces se transformó en el cristal del remolino de arco iris en donde el cielo se fusionó con la tierra y empezó a volar hasta quedar ella completamente fuera de sí.

Tendida en el suelo, exactamente como la quería. El parque estaba vacío y por falta de iluminación todo yacía invisible. Miré a las deidades que agitaban sus alas verdes al compás del viento; los miré y la até a ellos. Un pequeño corte en forma de Y en la nuca y todo estaría listo. Lo más probable es que se despertara en unas horas y gritara mucho, pero no la encontrarían: los dioses estaban hambrientos.

Al día siguiente los eucaliptos volvieron a ser todos rojos.

1 de febrero de 2008

La muñeca de Kafka



Miré sus ojos tristes y caídos. Su cabello castaño le caía por el rostro y sus labios extremadamente rojos contrastaban con la palidez de su piel. La mirada perdida, muñecas desangradas, traje negro, aura sepulcral. ¿Qué le sucede a la chica que yace sentada en la banca del parque? Podría acercarme a ella y decirle cualquier cosa; que mire el cielo, ¡va a garuar!, que el mundo es gris y la atmósfera destruye los sueños; que nunca sonría. Pero ella sigue mirando él ómnibus naranja. Entonces creí comprender por qué.

Vuelvo a mirar la fuente de agua que se interpone entre nosotras, y pretendí acercarme. Ella pretendió alejarse. Siempre nos estuvimos mirando a los ojos.

Ya en el bus naranja miro por la ventana. Y la encuentro en el reflejo del vidrio, muerta.

2 de enero de 2008

Aquelarre


Como el sopor de escarcha nacarada,
los espejos violeta ya comparecen
ante las ninfas de largas piernas doradas;
Como esferas que bajo la niebla gris desaparecen,
el susurro ecléctico de las bellas amadas.

¡Tan largas son sus cabelleras ocultas
en las lúbricas voces del deleite mundano!
Conjuran al maleficio de las musas difuntas
Y muertas invocan de la Aurora el culto pagano.

…Es perenne la súplica amarga de su agonía;
Ellas, que a los cadáveres de la muerte renacen
tomando en su mirada la crueldad de Herodías,
son ahora condenadas al martirio que las ultraje
en susurros de clavecines y mordaces melodías.

¡Calcinadas! Doncellas muertas en los amaneceres,
en piras de sacrificios, de vírgenes y niñas pueriles;
de llantos y maldiciones gloriosas la plácida Ceres
¡Oh cuan hermosas, cuan funestas, cuan gentiles!

20 de diciembre de 2007

The Dream (El Sueño)

Su fabuloso invento
qué extraña imaginación mostrada
sus gloriosas intenciones
un océano de dudas bajo ella.


Dijo
"No eres la primera en soñar con esto, pequeña,
¿Sabes que nunca ocurrió en este mundo?
Nunca pensé que alguien tan joven
podría esperar encontrar
un poder más grande que el mío".


Ella nunca hizo lo que le decían
Y ellos nunca verán su sueño vuelto realidad.


El borde de la revelación,
creyendo en todas las historias contadas
Un último momento quitado
antes de que el fin de esta historia cayera.


Ahora ella vuela sobre las nubes
en cielos crepuculares
nada para obligarla, nadie la encontrará

en este alto.

Bajo el clima lluvioso
todos los planes han venido juntos.

Y por primera vez, ella se siente...
Bien.





Tomado de "The Birthday Massacre". Canción: The Dream.

26 de noviembre de 2007

Osario


amorfas
Desnudas
las náuseas
y los gritos silentes ahogados
- a medianoche –
en los rincones ciegos de las bestias barrocas.

de tanto
Morir
Lentamente
la culpa devora
.apóstata.
al asesino de los vestigios
que se alzan entre las rosas del cadáver.

Y ríen.
-garúa-
lacrimales sacrílegos
Beatitud del martirio
que aflige la Dama de Hierro;
en sus espadas
corre sangre
.Romana.

déjame matarme
Nuevamente
-sola-
a medianoche;
son los ojos de la Virgen
los que observan
.sepultos.
La boca del demonio abierta a sus pies.

4 de noviembre de 2007

Blue-eyed Poison

The crucifixion of the knots
that melt you
into the decadence
of virgins and sulfur
that
sing in Latin

. m a g n i f i c e n c e.

I adore your cry
( so cruel and red )
As irises incrusted
in your neck.

Desist
oh pagan!

…of your gothic eyes
…of your carnal sacrifice

- W r a p p e d i n m e -


16 de octubre de 2007

Regina Martyrum


Metáfora del incesto
-----------------------------------

Cuando los pétalos iluminaron tus ojos
permanecí atrapado en las olas del miedo
y la risa infernal dominaba la maldición de tu cabello.

Es la Reina, que se desliza bajo las tumbas
Escondiendo en ellas el tesoro de las violetas
y la perfidia de los toques en tierras lejanas
Tiempos de antaño, castaños y fieros.

Ahora en las mesas de uvas y dionisos inertes
su sonrisa se pintó en el pecado de la tiara
¡Es el silencio dorado que asesiné
perdido entre ángeles, bálsamos y orquídeas!

Son las visiones que cuelgan de tu cuello
oh Reina, las esmeraldas de tus enemigos
Son las batallas esculpidas en el hielo feroz,
las velas que los susurros jamás conocieron.

Y fui dejado aquí, esclavo de la antigüedad,
para sentir las caricias del incesto y los niños azules;
Y te dejaré aquí, ultrajada en las copas del verano
que admiran las estrellas y se asfixian, ya muertas.

En la superficie de las luces ajenas,
en el clamado de la epifanía de las mentiras
del precio pagado por tu rosada complacencia,
unida a los aros y diamantes que aún no despiertan.

Y bebí de tu piel el perfume, almíbar
que adormecía el recocijo de tu pecado en el mío
Oculta en nuestra sangre dorada ancestral
del dolor palaciego, tu realeza, tu vino y tu ser.

Oh Reina! No seré príncipe ni rey
si tus ojos celestes no me descubren en tu negro lecho,
juntos como estuvimos en el vientre una vez
dormidos en la miel de la Madre celestial.

De tus heridas amadas fluyeron rubíes
y descubrí que también esas gemas robé.
Tus cantos ataron el rojo de los labios encantados;
en esa fiesta de colores, a pesar de la sangre te amé.

29 de setiembre de 2007

Sarcasmo

Carla se pasea por la habitación, meditando. Sonríe demasiado.
Se sienta al borde de su cama, y llora. Llora porque todo lo ha perdido, llora porque no puede verlo ya.
En el ambiente suena Image de Theatre of Tragedy.

"...an orange pull-over..."

Todo es gris y celeste.

29 de agosto de 2007

Los Campos Elíseos


a Carla
Tu sonambulismo en las vigas de mis terrores es infundado. La decrepitud espera en las bancas de los parques, rodeada de mujeres desnudas y ancianos muertos. Yo comparo la jovialidad de aquellas meretrices con la piel de los hombres que ya vivieron; su dualidad me fascina y repugna a la vez. Todo sucede de noche, cuando las lámparas brillan más que nunca y muestran una belleza macabra y grotesca, durmiente, que alimenta los instintos primarios de los seres matutinos que, a saber, resucitan cada mañana cuando una mujer se desviste ante sus ojos. Ellos pagan con miradas; ellas lloran por dentro.
por: Lalique

25 de agosto de 2007

A Lalique

Cae de a pocos; los retazos marchitos en el suelo son sólo marcas efímeras de lo que alguna vez existió. Cuando todo ha desaparecido y queda desnudo el desencanto y las ansias asesinas devoran a los ángeles celestes, el estigma de lo etéreo disimula su precariedad y busca esconderse en el atroz estoicismo del silencio. Duerme la razón de los seres inanimados; sus voces son lánguidas y hermosas, pero petrifican. Al no poder detener la conjunción de la ingravidez y el llanto desahuciado, el delirio surge, violáceo y circular, como eternas cadenas cíclicas infinitas.
Duerme en silencio. Las pesadillas son sólo sombras de la hecatombe que habrá de producirse al despertar. Todo es imaginario; la Muerte, real.

22 de agosto de 2007

Apatheia


Cuando grito
Al paso hueco
de los centinelas púrpuras
se cierra mi garganta
encogiéndose la habitación
a suaves
Sarcasmos.

Cuando grito
La ayuda del respiro
acude solitaria
a las masacres ajenas.
Jamás
Agradezcas
la caridad fúnebre de los páramos rojos.

Cuando grito
(en silencio)
un susurro me decapita
y coge
- espadas -
reconfortando la placidez de las diademas
.Rotas.

Cuando grito,
las palabras se pierden en metáforas del llanto
Y permanecen allí
subjetivas
insulsas
ruines
Excelsas
atrapadas en la inanición de la Miseria


. Enclaustrada .

12 de agosto de 2007

Ana

Ella, mi enemiga;
de perfumes
e hilos que se elevan al cielo
-Tan exquisita-
en mis labios yace inclinada
.Pérfida.

Ella, sedante;
de rojas adicciones
que desata la naturaleza animal
oculta en los llantos frugales
-De su vientre etéreo-

.Y muere internándose en mí.


La oirgo gritar
en las ansias asesinas que devoran mis entrañas
Incitándome
a no verla más;
a jugar con su piel;
a expulsarla…
.E invocarla otra vez.


.Vuelve.
Remota en las madrugadas
-pálida y sepulcral-
¡Cuán hermosa!
Insulsa
Grácil
Distante
Sutil
…la concepción eterna
de la belleza
.En su suplicio.



5 de agosto de 2007

Al sueño se le oponen monstruos grises

coge los vidrios esféricos
Clavados
en las muñecas desangradas
-¡cuan largas son sus cabelleras!
Y marchitas, Otoño.

Encogidas
entre terciopelos negros
de lámparas que brillan
tenuemente.

Sopor
De mariposas enclaustradas
Muertas,
disecadas tal vez
Llantos
Espejismos
Espejos
en los reflejos de agua pura
- melodías claras.

Surrealismo de diamantes al atardecer
¡Escóndanse!
Llegaron ya

del tártaro en ignis,
Los monstruos grises.

8 de julio de 2007

Mortis


.reflejos del escarlata
Esculpidos
en la tiara de la Muerte.
Rojas
perlas de nieve
-Cadenas infernales de besos ciegos-
.Silencio.
el claustro del infierno dormido
sábanas de hielo
-la habitación de los espejos difumina los contornos azules-
y callan..
callan..
Callan en medio del suplicio.


12 de junio de 2007

Cordis


Caen rosas en cuerdas cíclicas
oh, suyas fueron
-dormidas en ataúdes-
las estatuas-crisálidas de rubíes y bestias góticas
…al fúnebre compás de clavecines…
gritando

Gárgolas.

ciegas y excelsas
Inconexas
besando cadáveres al púrpura de los osarios;
Restos de bougainvilleas fermentados
Esencias
Perfumes.

Decadencia.

Ellas articulan la nieve,
endeble entre sus rizos pardos incoloros
Inmóviles
sujetas por hebras de plata que desgarran sus muñecas
Y Danzan,
Danzan.

Danzan ya muertas…

11 de junio de 2007

Utopía


Y sentir que la miseria del encanto sobrevuela los páramos de la Muerte; volver el esplendor de la mirada hacia las rosas ocultas en los cadáveres de los Reyes Decapitados. Sus cetros oscilan el llanto de la fruición y el consumo de las cenizas de hielo; Cruel es el invierno.

Mas, de su escarcha violácea surgen los seres inanimados. Es excelso su canto y hermosas sus voces; los espejos los difuminan y en ellos se pierden, con la mirada vacía y distante. Yo los he asesinado. Los he perseguido desde el valle de las Reinas, y a cada uno les robé los ojos.

Ahora duermo. Poco importa ya si habré de despertar o renacer; el milagro del sueño me reconforta y sus promesas me consuelan.

5 de junio de 2007

Valeria Gracco I

"El equivale al homicidio del carácter impersonal y excelso de la poesía. Su naturaleza, libre e infinita, se ve limitada por la representación de un objeto palpable, existente. En sí, cualquier alusión propia del poeta enmarca una serie de elementos típicos que la transportan de una dimensión utópica e imaginaria, a una mundana, real".

Valeria Gracco

10 de mayo de 2007

Un cielo per capita


he hecho muchas cosas. Esta no la haré.

8 de mayo de 2007

...

Al haber sido decapitado tan fácilmente todo el interés está perdido.
Adiós.
--
Luz Naranja..
ausente. Pero existe. Y hoy su cabello volvió a aparecer.
Es tan pálido...

27 de abril de 2007

Anatomía

Expúlsame
de tus entrañas
con la
Misericordia
de la
Culpa
-burbujeante, ácida, excelsa-
que observa a través del espejo
Gritando
Muriendo
Asesinando
entre estruendos metálicos de la naturaleza decadente.

Y
Cae.
de nuevo mirando al occidente
cogiéndote del blanco circular
Expulsándome
a la castidad de tus labios infectos.
-cielo-
Melodías.
sé que existe un dios
en cada una de las gotas que bebes en tu vino
.Incoloro.

radio.
el agua corre endemoniada a través de las ondas
De Cristal.
Lloro a través de los espasmos
pero ellos llevan Lanzas
En mi garganta.


Y yo sé que existe un dios
en cada una de las gotas que bebo
antes de irme matando
Lentamente
al llevarte en mis entrañas,


miseria cordia.

8 de abril de 2007

todo se resume en siete infaustas palabras.


and your grief is all I need

3 de abril de 2007

Hera

Hera observaba -altiva e inhumana, bajo los cielos del Olimpo- el renacer de la raza de Prometeo. Los había visto consumirse en la desidia de la Edades de la Tierra y las llamas azules del cofre de Pandora; mas aún yacían allí, radiantes y excelsos... El andar lento y desasosegado, las facciones rosáceas y cándidas, el esplendor de un gnosticismo aún oculto bajo la espuma de Chipre, el padecimiento y la suave congoja de la muerte en sus ojos...
El rumor silente de sus pensamientos llegó ingrávido al omnipotente Zeus, que reposaba al compás de los cánticos de las nereidas.
- Son paganos.
El dios percibió en su voz el despertar de la injuria; eran ciertamente hermosos y crueles. Vislumbró en ese entonces el pardo de la mirada de su esposa y supo que había llegado la hora de liberarlos. Se dirigió hacia ella y, cogiendo las rosas de sus manos, le susurró sin que nadie escuchara:
- Envía a Hércules.
¡Reina sanguinaria, de atroces ojos verdes! Su risa se oyó hasta en los confines del Tártaro, dejando sordos a los condenados del Hades. Era suya la venganza contra la bella y triste Almecna, y sobre todo el fruto producto de un adulterio tácito e imperceptible. El Oráculo había dado ya su vaticinio, y el héroe debía partir a liberar a Prometeo. La diosa, sin embargo, le reprochó a Zeus:
- Consiguieron ya el fuego, mas el humo de sus ofrentas va hacia el oriente. Los forasteros traen a sus divinidades envueltas en ropajes de un brillo que jamás vi en la túnica de doncella alguna.
Él sólo sonrió. Recordó el frenesí de las sacerdotisas, su fruición y la brutalidad de sus movimientos al compás de Dioniso, y entonces volvió a repetirle.
- Envía a Hércules.
Hera volvió a reír. El joven Apolo había leído la profecía en Delfos; Hércules ardería entre los trajes de fiesta a causa de la fútil Deyanira y la venganza del centauro. El orgullo de Zeus se resquebrajaría, y ella, radiante e infeliz, llevaría la Tiara que Hefesto forjaría para cubrir su frente, repleta de cabellos ondeados y pérfidos.
Es la maldad, lo ruin de una mujer, una reina cuya frialdad detona rayos azules. En ella sólo existe belleza y compasión cuando se la toma de la mano sin marchitar las rosas que cuelgan allí. Zeus, el todopoderoso y divino, jamás supo hacerlo. El amor y el odio de la emperatriz de los Cielos lo acompañarían por siempre; desde Almecna hasta Europa, desde la crueldad hasta la muerte.

28 de marzo de 2007

Daguerrotipo


La esencia comprimida de la desidia fugaz y epicúrea ronda ingrávida por los corredores. No significa nada a menos que en ella se refleje el tono claro-oscuro de la mirada barroca, altiva, atroz y distante; la conjunción del contraste entre la fruición y el encanto. ¡Serán excelsos! Serán sanguinarios y omnipotentes, castaños y fieros. En la tez iluminada brillan las alusiones a nieve rosácea; en sus cabellos, el negro de las ondas ruines y déspotas.

No pedí contemplar la naturaleza corrupta y soberbia de su palidez. Tampoco el reconocer en ella el verdadero rostro de Galatea. ¡Es cruel e inhumano! El laurel de Apolo lleva en su frente; tiene el perfil de un príncipe, y su cabeza pertenece a una estirpe de reyes decapitados. ¡Cuántas veces el sueño plácido hubo de invadir la realidad marchita, y, dibujada en hojas amarillas yacía su muerte expuesta al rojo de la desolación! Si nadie lo hubiera visto ya, estaría durmiendo en los brazos de Céfiro cual deshecho Jacinto.

Volví a contemplarlo de cerca. Está muerto y es así como brilla más; con el llanto de la tragedia y los antifaces de Dioniso que se ocultan, pérfidos, tras los rostros de las bacantes. Si retornara del Tártaro sus ojos adquirirían vida y el rosa de su piel volvería a ser sólo palidez; Difunta, sepulcral, mortuoria. Es esa su belleza.

18 de febrero de 2007

Totus tuus

Todo esto es una porquería.
Estás presente.
Existes.
Y no sé cómo darte muerte.

15 de febrero de 2007

Melancolía

Christopher Schmid
Nunca me llegué a perdonar que te recordara.

Cuando fuiste desapareciendo lentamente no pude evitar distraerme. Tratar de olvidarte sin darme cuenta, ir eliminándote con pasividad y parsimonia, voltear el rostro hacia el mundo infecto y no verte en él como el único objeto luminoso que resplandecía evocando la miseria perdida. Y en aquellos instantes vacíos y monótonos en donde no estuviste ni estarás, maldigo la hora en que fui feliz. Sin ti, sin tus sátiras, tu voz alguna vez azul, tu sumisión indómita, tus canciones, las canciones, todo.

Y ahora te necesito. Al ver la lejanía donde reposas, las letras a las que correspondes, el enigma de lo ya perdido, la palidez de tu piel, sé que importas. Lo sé y no lo sabe nadie; la frialdad que lo cubre todo es voluble contigo, la indiferencia es encanto, y la apatía que finjo, atroz. ¡Cuan insulso eres! Cuan perdido te veo, así de libre te percibo. Y sufro, pues no quisiera hacer constar que las llave que siempre guardé está perdida, y sus cadenas, rotas.

En nombre de lo inexistente, de tu alguna vez pueril risa, de las melodías, pido que tu rostro se asemeje al de antes. Que lo dejes todo y vuelvas, como jamás lo harás, a enviar los tecleos endemoniados que sólo extraño porque te pareces demasiado a mí, porque nunca al ver a alguien vi mi propio reflejo, muerto.

8 de febrero de 2007

Vibraciones de la Mesa de Noche

Te recuerdo perfectamente.
Tu risa déspota, tu voz prolongada y ahora grave, tus repeticiones, tus sátiras mordaces, tu rostro iluminado, tus ojos claroscuros, tu risa de nuevo, tus imitaciones grandilocuentes, tu obsesión endemoniada con el mp3, tu tú anterior, todo.
Siento que en esos cuarenta y tantos mensajes te convertiste en una oruga. Una oruga que antes fue mariposa. Que esperé tres noches pegada a la mesa de noche, deseando que ésta se moviera y los pisos temblaran; queriendo e implorando que sonara una melodía dentro de ella. Intuyo que pronunciaste su nombre y fueron con ella no cuarenta, sino ciento ochenta, doscientos, mil, infinitos tecleos ruines y malditos. Percibo que en ti sólo existió el esplendor de la manipulación dulce y sagaz, aquella que tanto admiré en tus ojos anteriormente. Y ahora necesito el hachís atemporal que producen tus palabras, tu voz jamás oída, tu carácter desconocido y cruel, tu gloria.
Aparece.
Poco importa ahora si eres o fuiste. Sólo aparece. Haz a un lado tus manifestaciones ocultas de independencia, insulsas y cándidas, y vuelve como antes lo hiciste y como jamás aprecié. Aún si falte un componente esencial indiscutible, sé que dentro existe la misma esencia funesta y hermosa, tú.

18 de enero de 2007

Desasosiego


Desafía
el designio
ingrávido
que oculta
en sus hojas
Los dolores
de esencia
Incorrupta.

28 de diciembre de 2006

La Pira de la Virgen


- “Mi Dios está envuelto en amatistas y piras de oro; es su rostro pálido y misericordioso cual joven griego de los antiguos cánticos gentiles, rosáceo y fastuoso dentro de los albores irreconocibles de la virtud del goce. Lo alabo en mi desprecio, en mi desidia azul y en su crueldad tanto como en la obsesión y locura del adormecimiento etéreo. Mientras más me voy dirigiendo hacia los paisajes grises llenos de orquídeas muertas, vuelvo el rostro hacia su omnipotente silueta, la del eterno sacrilegio de los jazmines, y comprendo que nunca he estado más cerca de Él.
La traición del fruto escarlata, las alucinaciones paganas, el esplendor de la devoción inquebrantable, el matiz muerto de su vista, la incitación del quinto Luciferi; está todo indeterminado por el sello idólatra de la rosa que evoca las marchas sigilosas y sus pétalos caídos enredados en la esencia lejana de la sangre. Sangre Romana; sangre de mártires y doncellas, de apóstatas y santos que se confunden en su mirada bizantina, en su herejía jamás consumada, en su clamor finito. Posee Él al siervo de rosácea piel e iluminada sonrisa que guarda bajo los veintiséis témpanos negros el pilar de su devoción maldita, marchita e infiel. Es un arcángel de labios trémulos límpidamente rojos, en donde sus ojos jamás se han posado en los Campos Elíseos y persisten en el dominio de esencias sublimes, de perfumes que se desprenden frágilmente de su cuello. ¿Cómo contemplar los colores de su aura, de sus alas violetas impregnadas en las fragancias de Jonia ya purificadas de la fruición?
¡Oh, tristes gentiles, decidme cómo!”

Así había hablado la joven Laetitia, virgen entre vírgenes . Su altivez medieval evocaba los cantos impíos de las cantiones profanae, tanto así como la pulcritud invernal de los retratos feudales de antaño. Su belleza se encontraba no en las esencias mundanas del hedonismo sino en la delicia celestial, de frágiles rasgos nacarados procedentes tanto de la oscuridad de sus ojos y la palidez seráfica de sus manos. Era aquel un resplandor de lluvias indescriptibles lleno de elementos brillantes y lúgubres; como estrellas azules y muertas. Todo en ella era ambiguo; la alusión de su castidad endemoniada en donde su obsesión con los pétalos de rosa y el goce etéreo, casi escéptico, se mantenían unidos por una cuerda de oro que parecía pronta a quebrarse. Las palabras que producían sus labios eran como un almíbar del infierno, en donde los símbolos paganos y terrenales se confundían entre los lazos de terciopelo, claros y perfumados, de su Dios inefable.

Y así era. Hermosa, fúnebre, radiante. Había decidido no marchitar su piel en los muros grisáceos de un convento; decía ella que las rosas las llevaba en el alma. Hablaba con una voz delicada y volátil; azul, llena de metáforas y palabras llenas de sensaciones nuevas e inexplicables que dejaban un rastro inmaculado en la nieve de los sentidos, como si los aromas y los colores de los que hablaba se unieran en los soplos sublimes de la consagración de su vox celesta, incolora, flexible, excelsa.

- “Son negros sus ojos, como el dolor jamás consumado que vistió la llena de júbilo Mariam. Ellos hacen llamado a los cielos oscuros, llenos de muerte y miseria; allí será donde sonará su risa, cuya melodía apócrifa conquistará las estrellas con el aroma de los duraznos de diamantes. Su rostro es pálido y níveo; ni siquiera comparable al de Apolo en belleza y exquisitez. En ella habita aquella sonrisa maldita, efímera, fugaz. Su sonrisa es soberana absoluta del universo de tiaras y rubíes en donde sólo la placidez de los cantos y los millones de árboles en donde no existe pecado serán la recompensa de los Justos y los virtuosos. ¡Compareced ante la Sonrisa de cristal, ante su frialdad epicúrea y tristeza sosegada! Ella será la redención del instinto sacrílego, rojo, que posee el pecador.”

De entre la multitud surgían alabanzas al Dios inefable. La vírgen Laetitia, la pulcra e inmaculada doncella de la voz proterva y pecadora oculta tras el antifaz de la virtud sólo miraba al cielo nebuloso que soltaba lágrimas de perlas. Y es que su devoción serena e imperturbable sólo se dirigía al arcángel de los veintiséis témpanos negros; el Luciferi, el iluminado del dolor.

¡Pérfida! La observé entre las sombras de los árboles escarlata que derramaban la sangre que tanto evocaban sus labios. ¿A qué cuello pertenecían aquellas esencias sublimes?. Las torres góticas de la Catedral se alzaban cubriéndome lentamente, despojándose de lo tétrico y dando espacio a la desolación carmesí, danzante de los cielos. Los cantos gregorianos surgían del infinito; eternos violoncellos y clavecines, órganos de la muerte. El siervo del Dios inefable acariciaba los pétalos de los lirios. Los árboles escarlata se mecían al mandato de su risa melancólica, durmiente. Y fue entonces que me percaté del paroxismo de sus labios, la contorsión de su rostro nacarado, sus ojos negros.


La puerta de oro se abrió crujiento; en ella la nieve caía por efecto de las grandes torres, dotada de un encanto gentil que nadie percibió. Todo ardía; el fuego del altar se consumía en una nube de azules y rojos, naranjas y amarillos; el color de la Muerte. La doncella dormía con aquella sonrisa que había vislumbrado anteriormente en el jardín de lirios. Cogí su cuello inmaculado y, tapándole los labios de sangre, le susurré:

- Hubo un tiempo en donde a las vírgenes, bellas y misericordiosas, se les colocaba una corona de rosas mientras se dirigían al sacrificio de la gloria. Y existió otro en donde las pecadoras, impías e incluso inocentes iban condenadas al martirio infinito; la hoguera fuliginosa de los atardeceres sonrosados, paganos. ¡Oh Laetitia! El holocausto de Su sonrisa es quien te ha condenado.

Siguió el llanto.
El fuego brillante, luminoso, fue consumiendo aquella carne celestial, profana. Y a lo lejos sonaban las melodías inexistentes, distantes, que evocaba Él, el siervo del Dios inefable:
Et lux perpetua luceat eis…

22 de diciembre de 2006

La Sonrisa


La primera vez que vi aquella silueta elevarse por los cielos profanos y grises fue en mitad del invierno. La garúa cruel, luminosa, húmeda, radiante, iba danzando alrededor de los nimbos opacos y difuminados; era la gracia de la virtud que envolvía su torso, inmaculado e inverso.

¿Fue acaso una de las hijas de Eva, doradas desde el nacimiento y propietarias del pecado de la belleza y los frutos apetecibles y escarlatas? ¿O uno de los jóvenes efebos de Zeus, de anchas espaldas y rizos dorados cual Eros infiel? Imposible saberlo; su rostro de frágiles texturas y rosádas lineas se aproximaba tanto a la candidez andrógina de la infinidad divina, que aún así la carencia de ondas en el pecho podrían atribuirse a simples ventiscas azuladas, invernales. El cabello, ondeado y rubio; las manos pálidas y febriles. Todo en aquel ser era lúgubre, marchito, hermoso. Muerto.

Y entonces vi, entre el aroma distante de las rosas y jazmines, el voltear sigiloso de aquel rostro dormido. Los ojos fríos y pardos, labios rosáceos y sutiles... ¡Y aquella sonrisa! Impávida, gloriosa, sutil, fúnebre, roja, inexistente. ¡Belleza maldita por la estirpe del limbo carnal! Era fina, delicada, hermosa hasta en el placer perpetuo de la sombra etérea; ¡la pálida sonrisa!

Besé dos veces sus mejillas, cual Judas en el Gólgota de Cristo. Aquel ser durmiente, aterciopelado, excelso, sólo volvió a sonreír una vez más. Fue entonces que, bajo la lluvia escarlata que acababa de propiciar, arranqué el ideal de lo efímero en la gloria; los labios rojos.
Un grito rompió el silencio. Cayó, y con el, con ella, cayó aquella sonrisa perversa, indómita. Muerta.

21 de diciembre de 2006

II. osario.bizantino


C A D A V R E . E X Q V I S
C A D A V E R . E X Q V I S I T O
V E R S I O N . II
. O S A R I O . B I Z A N T I N O .
.
...et expecto resvrrectionem mortvorum et vitam ventvri saecvli
Amen
.

12 de diciembre de 2006

Paroxismos lumínicos del rostro de Eros

Al Cristo Blasfemo

Dícese que en lo irreconocible de la piedad sólo mora la miseria. Dícese también que la belleza de la virtud a menudo yace oculta bajo el antifaz de la imperfección; mas es todo aquello tan falso como cierto. Si alguna vez la divinidad de lo impío descubrió tanto un rostro iluminado y ruin, es más que seguro que fueron las cándidas y espectrales líneas rosadas del perfil de Eros.

Es él un licántropo. Es un cisne, una mariposa, un témpano rojo, un atardecer violeta, la esencia comprimida de la misericordia maldita por Prometeo. Tal vez una melodía lejana que suena al compás de llantos desahuciados y voces celestes, excelsas y omnipotentes. ¡Eros! Bajo sus caprichos dorados padeció Apolo el placer de la venganza escarlata ante la negativa durmiente de la hermosa ninfa-árbol. A toda la beldad inocua, pueril, trágica y cruel que ronda entre sus pardos rizos, confiada a la voluntad insustancial de la muerte. ¡A toda ella! ¡A cada una de sus bastardas: el Deseo, el Amor, la Idealización y la Obsesión!

Habré encontradote también en el sacrificio silencioso del sacrilegio. Entre la divinidad de la exquisitez celestial cubierta bajo el manto negro y el juramento inquebrantable de la eterna pulcritud. ¡Ah, la naturaleza gentil de los santos apóstatas, sutiles en la mirada y de hermosos ojos grises! ¿Cómo contrarrestar la gloria del azul del oro y la fastuosidad inanimada de cada uno de los pasos que se dirigen hacia el altar pagano, lleno de rosas? Es el eterno invierno de sus manos, que sepultan a las víctimas desahuciadas y alguna vez radiantes; la lenta agonía de los herejes en la pira de diamantes. Deshojar cada uno de los pétalos escarlata equivale a la risa magnánima, las voces de damiselas y la destreza límpida que oculta en sí el torso desnudo latino, griego; la conjunción de los vocablos prolongados e imperceptibles junto con los enérgicos y excelsos.

¡Profana divinidad! La furia ciega del arco de luz que irrumpe en la debilidad de la estirpe ya corrupta. Tus lazos macabros, dulces, infieles, contenidos ante el sigiloso andar de la doncella Psique; el esplendor del Inframundo, el sueño perenne. ¿Habremos dormido nosotros también en los albores purpúreos y ruines de la obsesión idealizada, la beldad resquebrajada y roja? Ocultos en la sombra de lo escéptico, esclavos de la libertad que reniegan de la virtud; siervos tuyos, Eros. De la exquisitez mundana y los delirios perversos; los ritos de sangre y la carcajada déspota de dolor. Sólo compareceremos ante los ojos negros de Hades y la mirada bizantina de Perséfone; su compasión habrá de romper cada una de las hebras doradas que nos atan a ti, tu fruición y perjurio.


Eres tú, Eros. La proterva belleza, el placer de lo ignoto, la sonrisa fútil, los lilios rotos compadeciéndose de las epicúreas rosas, María resplandeciendo ante el crepúsculo de tu madre Venus; la majestuosidad del paganismo insepulto.

29 de noviembre de 2006

El Cáliz de las Hebras de Oro

Poema que Sabrina me pidió que escribiera (¿para ella?). Fase incial; la ilusión del enamoramiento de algún desconocido de ojos marrones. Fase media; la proclamación del amor y demás Eros encantados. Fase última; la decepción y el desconsuelo.

No es de mi agrado, pero de todas formas.

El Cáliz de las Hebras de Oro

I. Utopía
A lo lejos, entre sombras desiertas
yace iluminado el rostro triste,
cual dominio interlunar de lejanas violetas;
Ante el placer de lo espectral, impávidos los ojos grises.

Y es aquel –arrecife de campo-
apetecible como rojas hiedras-;
la eterna profecía de Cadmo
que conduce la sonrisa que bajo el sol se quiebra.

¡Será tan hermosa
la placidez de la irrealidad!
Que oculta en su lecho de embrujo
las suaves melodías de rosas;
la sonrisa incolora de la piedad
que la doncella en su corazón introdujo.


II. Alucinógeno
De lejos “¡Oh suave congoja!”
gime la damisela entre púrpuras rotas
pues bajo el delirio mágico de amapolas
ha descubierto ella en el amor, la fobia.

Desconocido su tormento
nte el esplendor de la tiara;
Es ella reina marchita del sufrimiento
que ha coronado la declaración que él le profesara:

- “Oh, triste lucero azul
¿habrás de brillar impávida por siempre?
¡Es tu llanto el grisáceo tul
al que mi corazón sólo tiente!"

Dormida la razón en el encanto
es Afrodita quien por sus labios habla;
Ella -cual entonces cristal eterno- gozó del canto,
y sueña ahora entre los rizos del alba.


III. Martirio
Llora ahora la doncella entre las flores
que antaño la habrían exiliado;
¡cuánta aprensión en los dolores,
cuánto clamor bajo el dios difuminado!

Yace él erguido cual Orfeo
que entre la lira esconde el soez manto;
¡Es aquel corazón el camafeo
oculto bajo la cognición del desencanto!

A lo lejos, la apatía llueve
en cántaros de dioses templados
cual princesa que en las nubes duerme
Y a la ilusión profana deja de lado.

25 de noviembre de 2006

El Antifaz de Proserpina


- ¡Señores, es hora ya de la magnificencia y el esplendor!

Entre el sonido de las copas de cristal y el júbilo gris, azul y omnipotente, vi confundirse entre miles el antifaz plateado. La contorsión de su sonrisa sátira e inexistente me hizo creer que aquel cubría enteramente el rostro nacarado; mas eran sólo dos ojos, esmeraldas distantes y malditas, los que yacían opacados por su sombra. ¡Virtuosismo pagano, de complacientes Bacos y fieras Bacantes! Era suya la condición gentil de la silueta sacrílega y durmiente, que iba volando ingrávida al compás de las melodías griegas, otoñales, clásicas, ambarinas. La belleza de Poppaea, el decoro de Lucrecia, los celos de Venus, la fúnebre diadema de la Reina del Inframundo.

Sus pasos marcaban el salón cual campo de nieve. ¡Goce, aprensión, dominio, luz! La esencia de lilios que flotaba desprendiéndose vivamente entre la multitud, bella, bohemia. ¿Es aquel el antifaz de la tragedia? ¿O acaso su risa déspota que se invierte y teje las líneas rosáceas de una media luna, excelsa? ¿Cubre el antifaz por entero el rostro romano, erguido, soberbio? No; las ilusiones mágicas e inertes van difuminando los contornos de la realidad. Aquella mano pálida y majestuosa sujeta el disfraz argéntico que se origina por encima de los labios rojos y se pierde entre las hebras de oro.

Al compás de las melodías griegas, otoñales, clásicas, ambarinas, seguí los pasos inmaculados en la nieve. Oculto en la habitación, se desprendió el llanto del martirio y la fruición de aquella emperatriz, la traidora de Orfeo. Sigilosamente, con la daga por la cual padeció Caesar, oculta en los deseos de muerte y demencia, la cogí del cuello no sin antes susurrar en el silencio de la noche roja, aquellas palabras infieles que originarían el último grito producido por su voz, aterrada y ya muerta:

- ¡Oh, Proserpina! Tu antifaz subyuga la naturaleza infame y proterva del dolor humano; tus labios son como rubíes, y los clamados que ellos producen, cicuta. La Corona de la Vida es tuya; ante ti comparecieron Eurídice, Psique y las demás criaturas víctimas de los ritos sangrientos de Eros. Mas es designio inmortal que aquel te sea arrebatado, y con ello sufras la debilidad y el castigo eterno de la Muerte.


Siguió el silencio. El antifaz de plata, de rayos lunares, es ahora escarlata; todo manchado de rosas y llantos.

20 de noviembre de 2006

Sr. Lalique

En las noches suelo hablar con el señor Lalique. Es una conversación tácita en donde él no dice nada y yo tampoco; tal como el verdadero y Marcela. Me importa poco que sepa lo que estoy pensando e intuya cada uno de mis movimientos, fobias, secretos; es casi como si estuviera flotando encima de la habitación, del teléfono, del msn, de la ventana, de todos lados.
Cuando lo mando al infierno sólo pone tres puntos. ... . Me hace recordar a cada señor, a cada señora que habitó en mi petulante y miserable existencia; Dina, el señor Lalara ri lalalala, Ramos, Incesto... y ahora *. El "no me río despóticamente" que ha cogido de mi diccionario frasésiko; el "lo admiras porque no puedes *"; la "carga negativa de tu equilibrio infundado". Absolutamente todo. Cuando lo llamé invertido soltó esa carcajada de oro de la que tanto escribió Darío, y no dijo nada. Creo que sabía lo que yo estaba pensando. Entonces pasamos a hablar de los pueblos antiguos, y misteriosamente surgió el nombre de *; Lalique hizo aquellas preguntas incómodas sobre los iconoclastas y luego volvió a soltar los tres puntos. No pude evitar aborrecerlo.
Hace unos días me dijo algo cierto. Estaba yo hablando acerca de Ivich, y él volvió a reír. Aquella carcajada maldita, prolongada, clara, directa, satírica, burlesca; "te idolatras demasiado, no serías capaz de aguantar a nadie". Su voz llenó toda la habitación; su voz resonó desde el celular y un silencio lo invadió todo.
Señor Lalique, lo aprecio.
No puedo evitarlo. No es el mismo caso, la misma situación que ocurre con el omnipotente X; ni la fascinación y el respeto que siento por *.
Es un sentimiento gris, arenoso, realista. Sin mentiras ni idealizaciones. Sólo la verdad.