24 de junio de 2006

Acerca de la transfiguración

Las campanas de cristal han sucumbido
postradas ante el rostro de azufre;
los dominios interlunares de los reyes rojos
la candidez espectral de la Berenice inepta,
los colmillos vagabundos de los corsarios sin ojos...
La adicción a la belleza, el excelso principio. Relativizar todo conforme a los rasgos tal vez inexistentes que presenta, como si en ellos pudiera ser encontrada la idealización de aquella inalcanzable Afrodita. ¡Cometido ruin y mundano, como oscuras zanjas que perforan la razón en medio de las primaveras de la diosa Fortuna! La melancolía y la añoranza vienen en notas templadas que refulgen bajo la capa de bougainvilleas de cristal, carcomiendo la fortaleza y tornándola en el suave estigma que desfragmenta los lazos etéreos que antes iban unidos a los cristales circulares. El sonido de la garúa y la humedad que difumina la realidad, la abstracción centrada en la divinidad del andrógino, los mosaicos circulares luciferinos, los pétalos de rosas consumidos en desolación...
Es así que la perfección se pierde. Evaporada por los tormetosos embrujos del insomnio y la agonía, inevitablemente deben recurrir a la metamorfosis de la beldad menguante. Todo se transforma en visiones de quintos paraísos en donde los sentidos despiertan y buscan sumir en un trance de muerte. Las voces infrahumanas y los cantos de la orbe mágica congestionan el estar inmaculadamente vivo; la razón está muerta.
Pensar e imaginar, dos distintas fatalidades.
Quien piensa, despierta; quien imagina, se adormece.